La Reina Santa Isabel era un princesa del reino de Aragón que llegó a Portugal para casarse con El Rey Don Dinis.
De Doña Isabel decían que además de buena esposa y madre, era una reina ejemplar. Dedicó su vida a hacer el bien, dando alimentos, vistiendo y atendiendo a los más necesitados. No obstante, la corte y el Rey consideraban que gastaba demasiado y querían acabar con esas acciones beneméritas de la Reina, de modo que le prohibió dar limosnas y donativos a los pobres.
Pues bien, cuenta la leyenda que un día de enero soleado pero frío, cuando las rosas todavía no estaban en flor, D. Isabel salió de sus aposentos con su manto lleno de monedas para dar a los pobres. Acompañada por sus doncellas atravesó el jardín y ya caminaba deprisa saliendo por la puerta cuando se cruzó con el rey que la estaba esperando para destapar su desobediencia cuando tuvo lugar la siguiente escena:
- ¿Dónde vas tan temprano? - Le preguntó D. Dinis.
- Voy a la Iglesia de Santa Cruz para adornar los altares del Señor - contestó la Reina.
- ¿Y qué llevas ahí en tu regazo?
La reina se sonrojó y dijo: - Son rosas mi señor.
- ¿Rosas, Doña Isabel? ¿En enero? ¿Quieres engañarme? - Exclamó el Rey.
A lo que Isabel repuso llena de dignidad: - La reina de Portugal no miente.
Isabel abrió el manto y dejó caer un puñado de bellísimas rosas blancas frescas que al tocar el suelo desprendieron su suave y dulce perfume.
El mural de abajo que representa ese momento pertenece al restaurante O Truão, en Fátima (Portugal), el cual os recomiendo fervientemente.
Qué bonito. Estoy en Vilanova de Cerveira y acabo de conocer ese milagro.
ResponderEliminarGracias por tu información.